Main dans la main.
La película gira en torno a un concepto simbólico burlesco (una atracción irresistible entre dos personas que son incapaces de separarse físicamente, independientemente de cuál sea su voluntad) y camina sobre el hilo de una comedia ágil, tan llena de fantasía como de sentimientos un tanto melancólicos en relación a los afectos, la atracción magnética, el miedo de romper las cadenas y el temor al abandono. La directora agita los contenidos de este cocktail a gran velocidad, jugando con la síncope rítmica y el atrevimiento formal característicos de sus anteriores películas pero fracasando a la hora de dar una unidad incontestable a sus retales.
Armado con una boina roja, Joachim Fox (Jérémie Elkaïm) recorre a toda prisa una carretera de campo en el este de Francia. Joachim trabaja con espejos y vive en el seno de la familia que ha hecho su hermana, Véro (Valérie Donzelli), con quien se prepara para participar en concursos de baile. Encantado por su viaje por trabajo a la ópera Garnier de París, Joachim besa impulsivamente a Hélène Marchal (Valérie Lemercier), directora de la escuela de baile del prestigioso establecimiento. Ya tenemos a nuestros dos personajes inseparables por arte de magia ("es más fuerte que yo"), como si una cuerda invisible los atase, en una dependencia que no les gusta en absoluto por sus diferencias (de edad, de medio social y cultural, de clase y procedencia) pero a la que se verán abocados en perjuicio de la ácida Constance (Béatrice de Staël), la gran amiga (y, sin duda, amante) y confidente de Hélène. Pero, ¿qué puede hacerse contra una atracción magnética? La pareja protagonista se sincroniza involuntariamente y los sentimientos afloran poco a poco sin que terminen de concretarse carnalmente. Bajo esta misteriosa vida de pareja también se guarda un secreto: cuando uno duerme, el otro es libre, pero ninguno de los dos habla de ello ni se aprovecha de la circunstancia: la unión “da miedo y da seguridad”…
Amar, abandonarse, saber quién se es realmente: Main dans la main aborda con energía y buen humor la paradoja sentimental en la tradición del cine deudor de François Truffaut con elementos posmodernos (en especial, una soberbia banda sonora). No obstante, al igual que sus personajes, la película se libra difícilmente de las ataduras de su concepto inicial. Aunque la gran inventiva formal compensa los altibajos del guion, no consigue hacernos olvidar que un brillante embalaje no puede sustituir un asunto fuerte sin el riesgo de caer en la afectación.
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