Danza y Fotografía, Fernando Díez de Urdanivia


Danza y Fotografía


Arte: con su áureo alfiler,
las mariposas del instante
quise clavar en el papel.
José Juan Tablada

La fotografía comienza por tener el valor testimonial. Su primera misión es la de recoger brevísimos jirones de vida que inmoviliza para las posteridad, contribuyendo a formar la historia gráfica del mundo.
En la medida en que su técnica se perfecciona y domina, al carácter de documento la fotografía suma su condición de obra artística. Deja la cámara de ser simple testigo, convirtiéndose en prisma que transforma y dignifica la realidad, haciendo de ella motivo de disfrute estético. También se amplía la función del fotógrafo, cuya tarea, a más de oportuna, deberá conjugar elementos creativos.
Cuando la fotografía se basa en la temática de otras artes, se cumple una especie de fecundación de la que surge un producto doblemente elaborado: a las plasmación del artista sucede la fotográfica, que capta ángulos inadvertidos para el espectador común y los explota en sus mejores posibilidades de belleza.
En su relación con la danza, la fotografía ha permitido que tengamos eficaces muestras visuales de lo que era una Isadora Duncan o un Nijinsky, y de lo que son una Martha Graham o un Béjart, pero al mismo tiempo ha sido capaz de ofrecernos los sortilegios de su propio universo, de esa dimensión sólo accesible a través de la lente, en la que habitan trasuntos humanos transfigurados por la magia de la luz de la sombra.
Fotografiar escenas de ballet es, en cierto modo,  contrariar las leyes del movimiento y del ritmo. Sin embargo, por medio de la fotografía,  la danza adquiere nuevas  y significativas proyecciones. Sorprendida en flagrante delito de acción y aprisionada por la cámara, la danza se vuelve evocación y sugerencia.
La materia del escultor es inerte y maleable a voluntad, por contra, la del fotógrafo es casi inasible. Mientras aquel es aliado del tiempo y con su auxilio da golpes pacientes del cincel, éste capta lo momentáneo, carece de oportunidades de corrección, y se juega el resultado estético en una fracción de segundo. Pero ambos fincan su obra en el acierto paradójico de la inmovilidad traspasada por una dinámica inmanente.
Como niña traviesa, la cámara hace para el bailarín el "juego de los encantados". Lo sujeta, lo fija,  pero con un encantamiento que es real, aunque no definitivo. El bailarín espera -mariposa del instante clavada en el papel- a que venga a "desencantarlo" el tercer participante en el juego: el que contempla la fotografía y recrea, a partir de ella la poesía íntima e incomunicable del movimiento imaginado.
Al asociarse, al unirse, la danza y la fotografía abren uno más de los infinitos caminos del arte.



Fernando Díez de Urdanivia nació en la ciudad de México en 1932 y ha vivido inmerso en la literatura y en la música. Ha dirigido talleres de creación literaria e impartido clases de literatura y periodismo. Recibió el Premio Nacional del Club de Periodistas en 1997 y el Internacional Gourmand 2003. Ejerce el periodismo cultural y en 2002 celebró sus 50 años en el oficio. Es miembro emérito de la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música y secretario auxiliar del Seminario de Cultura Mexicana.



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