La atención mutua que la danza y la filosofía se han prestado desde principios del siglo XX, solo muy difícilmente podrá recuperar la gran deuda existente en este ámbito. Puesto que durante mucho tiempo, la danza estuvo en gran medida ausente de la estética, la teoría artística y la filosofía. Y esto, además, siendo el movimiento una cuestión eminentemente filosófica. Al fin y al cabo, es la capacidad de movimiento, de auto movimiento, lo que diferencia de manera esencial lo vivo y orgánico de lo no orgánico e inanimado. Si el movimiento se declara como fundamento de una manifestación artística, como lo ha hecho el modernismo, entonces aflora la pregunta sobre la esencia del movimiento.
En su monografía Le désœuvrement chorégraphique ("La ausencia de la obra coreográfica", 2009) Frédéric Pouillaude hace referencia a la llamativa circunstancia de que la danza, cuando siquiera se habla de ella en contextos trascendentales, es decir filosóficos, por lo general solo aparece como una abstracción. Es la totalidad de una práctica que aparentemente no está sujeta la materialización de una obra o de una representación con sus respectivas influencias y condiciones estilísticas, sociales, estéticas o históricas. El destino de la danza en el campo de la Filosofía parece ser el de una amorfia, cuya concreción aparentemente no le interesa a nadie.
Sin embargo detrás de esa peculiar necesidad de atraer interés público, se esconde una intención muy concreta. Puesto que lo que a menudo le falta en experiencia escénica alpensar la danza es aquello que la práctica de la danza le inyecta al discurso sobre la misma. La disolución de rígidas estructuras conceptuales y de conocimiento es inherente a la danza desde siempre, no solo a la danza moderna. La forma, como sola aparición externa, busca siempre remitir a un algo que habita en su interior. Pero por lo general no lo logra, puesto que permanece, como cuerpo, como res extensa, en lo extendido, en lo contingente y por lo mismo inestable.
El antagonismo entre forma y movimiento, ese movimiento contra el pensamiento estático e impregnado de concepto, como el que emerge en la danza, es el punto ciego de la filosofía. El movimiento siempre se aparta de su propia afirmación, la que al mismo tiempo siempre es reafirmada cada vez que éste se realiza: alejándose de la afirmación de la forma. ¿Pero como podría haber un encuentro entre la mente y algo tan procesual, performativo e indeterminado como el movimiento? ¿Cómo se puede llegar a un concepto certero, cómo se puede llegar desde el objeto de contemplación a su comprensión?
El acento en el ahora
En todo caso, lo estático y permanente de los conceptos no puede captar por sí solo lo que se mueve, menos lo que se mueve vivamente. Por ello, el antropólogo Helmuth Plessner desarrolló una nueva teoría que intenta oponer el devenir y el proceso de lo vivo a la generalidad ontológica. En su obra fundamental Die Stufen des Organischen und der Mensch (Las etapas de lo orgánico y del ser humano (1928), el autor despliega un complejo análisis del devenir y el cambio, como una condición necesaria para la forma viva, según el cual, el ser de una cosa está "esencialmente destinado a la transición hacia nuevos estados". Y a esa "transición pura", Plessner se refiere, como si hablara de la danza: sería "el devenir, aquella unión del todavía no y del ya no más", que "carece aún de la acentuación en el ahora".
Para esa "acentuación en el ahora", se ha generalizado desde hace algún tiempo el concepto de lo performativo. Pero lo performativo no es solo el proceso vital o la danza, sino la sociedad por antonomasia. Solo en el hacer se realiza el potencial del saber o del poder. Por lo mismo, el conocimiento ya no puede ser definido en primer término como lógico o categorial, sino como dinámico: conocimiento en el momento. No es casual que la adaptación de situaciones a modalidades de conocimiento y, al revés, de modalidades de conocimiento a situaciones se haya transformado en una preocupación central del quehacer de la danza contemporánea.
Ventaja de la danza
De esta manera, la danza está en ventaja frente a la Filosofía como constata Véronique Fabri en su estudio Danse et philosophie: une pensée en construction (Danza y Filosofía: un pensamiento en construcción, 2007). Puesto que en el contexto de la nueva filosofía, vale poner la mirada en la construcción que constituye una unidad a partir de elementos dispares sin exigirle un valor de eternidad; se trata de una "construcción que funciona sin sistema". La danza no persigue la obra en sentido material, como artefacto reproducible y duradero, sino, como "aquello que auténticamente se trasforma [...] y se abre a todas las transformaciones posibles."“
Quizá por ello el resultado final de la danza es tan a menudo desatendido. Puesto que sus obras no son tales y sus revelaciones solo provisionales; pero su potencialidad es superior a todo concepto. Y los cuerpos también.
Franz Anton Cramer
es investigador en danza y periodista. Desde 2007 dirige el área de proyectos "Kulturerbe Tanz/Patrimonio danza" para Tanzplan Deutschland.
FUENTE:
http://www.goethe.de
http://www.goethe.de
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